I
Érase una vez, el Rey de Mente estaba enfadado.
Había un Templo en el Palacio donde rendía culto al Altar del Ser - como lo habían hecho generaciones de Reyes y Reinas de Mente antes que él.
El Ser los guiaba sobre cómo guiar al Reino.
Durante meses, ahora - quizás incluso años - El Ser le decía “siente la Experiencia Propia, Única - siéntela en su totalidad: la gente yendo y viniendo - el aire a tu alrededor, los pájaros, las texturas de tus emociones...”
En el verano, el Ser decía “siente tu Experiencia: siente el peso de tu cuerpo”. En el otoño
“siente tu Experiencia: siente cómo las energías invisibles fluyen a través de ti”. En el invierno “siente tu experiencia: siente plenamente cada emoción”. En la primavera “siente tu Experiencia: siente cómo encajas inseparablemente en todo”. Y durante todo el año el Ser decía “siente la Experiencia Propia: pronto llegarás a sentir que la Certeza es una Imposibilidad - que todo existe más allá de la definición - maravilloso, resplandeciente y asombroso - ¡y llegarás a amarlo todo!”
II
El Rey de Mente no estaba nada contento con la Imposibilidad de la Certeza.
“¿De qué puedo tener Certeza?” se preguntó. “¡De nada!” respondió - y arrojó con rabia su cetro dorado desde el trono, que derrapó por el suelo palaciego, pulido, de mármol.
El Rey estaba de muy mal humor. “¡Fuera de mi vista!” bramó a sus ávidos y fieles consejeros, que eran: Los Cinco Sentidos - que nunca se separaban de él, El Sexto Sentido - que vivía en una casa en un árbol en los Jardines de Palacio, La Inteligencia - el Bibliotecario de Palacio, La Conciencia Emocional, que organizaba las Fiestas de Palacio y, por supuesto, Rimbombante el Pontificado, el Astrólogo de Palacio - a menudo visto bailando con Ángeles y Enanos.
“Todos estáis condicionados y tenéis una percepción limitada. Por tanto, todos sois falibles y poco fiables - y no me servís para nada a la hora de averiguar la Verdad Cierta” se lamentó el Rey de Mente, irrefutablemente.
“Ay cielos, ay cielos” murmuró, abatido, a sí mismo, “ni siquiera puedo tener la Certeza de no poder tener la Certeza... Ay cielos, ay cielos, ay cielos”.
III
El Rey buscó respiro, como tantos Reyes antes que él, en la antigua Tradición Real de la Intimidación...
Mensajeros acompañados de trompeteros cabalgaban de aldea en aldea y proclamaban: “¡Que se presente ante el Rey quien Conozca la Certeza! ¡Vengan ustedes que son los Más Sabios de los Sabios! Vengan ustedes, las Más Grandes de las Mentes!”
Y se formaban colas alrededor de las Murallas del Palacio sólo comparables a las colas que se forman hoy en día en las esquinas de las calles por la cuestión de un iPhone de última generación.
Y uno por uno, los que afirmaban Conocer la Certeza se presentaban ante el Rey...
Burlarse de ellos y humillarlos fue un verdadero alivio. Las carcajadas del Rey de Mente resonaban en las paredes de su sala de audiencias... “¡¿Lo dices en serio?! ¡No puedes estar diciendo en serio que Conoces la Certeza! ¡¿No ves la Imposibilidad de la Certeza?! ¡Sois unos tontos arrogantes engañándose a sí mismos!” se reía, encantado - antes de destrozar salvajemente sus creencias más queridas - como destrozaba la pata de jabalí asado en los Banquetes de Palacio.
“Tengo la Certeza porque tengo un libro sagrado” dirían los Más Sabios de Los Sabios, mansamente. “Tengo la Certeza porque tengo pruebas científicas” afirmarían, ingenuamente, los Más Sabios de Los Sabios. “¡Idiotas! Tontos!” rugiría el Rey, embriagado. “¡¿No os dais cuenta de que decidís aceptar vuestra verdad como LA verdad basándoos en los consejos de vuestros consejeros - quienes (repetiría, con exagerada paciencia) son todos condicionados y limitados - y por lo tanto falibles y poco fiables?!”
Así, uno por uno, los Más Sabios de Los Sabios serían expulsados de la sala de audiencias del Rey, de la misma manera que se barría la grasa y los huesos del suelo de la Sala de Banquetes, a la mañana siguiente, una vez terminado el banquete.
Algunos de los que Reclamaban la Certeza eran casi tan testarudos como el Rey de Mente con su Anti-Certeza Renacida: “Fui bendecido con el Conocimiento Absoluto en una ECM - con DMT - mientras meditaba, fuera de mi cuerpo - cuando acepté a Jesús en mi corazón - cuando mi Gurú tocó mi tercer ojo - ¡así que LO SÉ!” insistían, como si vertiendo la salsa de carne de un misticismo inpenetrablemente-privado e incomunicablemente-personal sobre su Experiencia pudieran engañar de alguna manera al Rey.
¡Ja! ¡Claro que no! El Rey de Mente era implacable. Era poderoso, indomable, incontradecible, inconquistable... ¡Casi Todo-Sabiendo en su No-Saber!
“Sí, pero...” empezaría, suavemente - como un cazador acechando a un jabalí “lo único que puedes decir honestamente es que entre la vasta gama de Certezas que compiten entre sí, has elegido TU Certeza en consulta con tus consejeros personales, que son todos (... me estoy repitiendo - dios mío - ¡sí, creo que sí!...) - ¡que son TODOS CONDICIONADOS Y LIMITADOS! SENTISTE que era Dios quien te hablaba - pero tu sentir es condicionado y limitado. Tú CREÍAS que era Jesús, o la Revelación Universal, o La Voz de la Verdad Absoluta - ¡pero tu creer es condicionado y limitado! Sí, por lo tanto, me atrevo a decirlo: ¡podrías estar equivocado! ¡No puedes tener la Certeza de que tu Certeza es la más Certera! Ay cielos, ay cielos, ay cielos...”
Y así las Mentes Más Grandes del Reino cayeron ante el poderío intelectual del Rey de Mente con previsible inevitabilidad - y el No Saber reinó supremo - hasta que, érase una vez...
IV
Un día, cuando el Rey de Mente estaba feliz y soñadoramente perdido en el laberinto de arbustos bien recortados de los Jardines de Palacio, una Pequeña Niña Enana de ojos como estrellas, y voz como un arroyo subterráneo, tiró de la pernera izquierda del pantalón del Rey...
El Rey miró hacia abajo, y ella miró hacia arriba – y sonriendo susurró: “¿No fuiste tú, mi Señor, quien dijo 'ni siquiera puedo tener la Certeza de no poder tener la Certeza'?”
La dulce voz de la Pequeña Niña Enana se arremolinó en torno a la mente del Rey de Mente - como si la lavara desde dentro. Y con una expresión de sorpresa y horror en su rostro real - el Rey de Mente cayó pesadamente sobre la hierba - como una rama rota grande.
Era la Verdad más allá de las Verdades, el Saber más allá de Todos los Saberes. Era a la vez la Certeza Final y La Incertidumbre Final - la frustración innegable, final y completa: ¡sí, era Imposible tener La Certeza De Nada En Absoluto!
El rey no se levantó. Tenía la cabeza vacía - como el cielo. Estaba tumbado mirando hacia arriba, mientras la Pequeña Niña Enana miraba hacia abajo. Él tomó su mano suavemente entre las suyas. Y ella le besó en la frente.
Los Cortesanos vendrían, y los Cortesanos se irían... “¡Es hora de su baño, Gran Rey!” “¡La mesa del Banquete está lista, Gran Rey!” Pero él los rechazó a todos. Sólo quería estar con la Pequeña Niña Enana - que, de vez en cuando, cantaba.
Día tras día, y noche tras noche, el Rey de Mente se quedó tumbado en el suelo, en el camino de hierba del laberinto de arbustos de los Jardines de Palacio, escuchando cantar a la Pequeña Niña Enana y escuchando al cielo.
Hasta que, una mañana, cuando los Cortesanos de Palacio llegaron para anunciar el desayuno, vieron: el Rey de Mente ya no estaba.
V
Siguiendo la tradición de los cuentos de hadas de Reyes Disfrazados - vagando entre los campesinos – encapuchados, harapientos - el Rey de Mente deambulaba y observaba, escuchaba y sentía.
¡La gente tenía tanta Certeza! La gente tenía tanta Certeza sobre lo que creía. La gente tenía tanta Certeza sobre lo que había que hacer...
Tenían Certeza de que Dios existía. Tenían Certeza de que Dios no existía. Tenían Certeza sobre las leyes de la ciencia, la política y el fútbol. Tenían Certeza de lo correcto y lo incorrecto. Tenían Certeza sobre por qué y quién y cómo y dónde y cuándo...
Y era como El Ser había dicho que sería: ¡eran maravillosos, resplandecientes, asombrosos! “¡Y llegarás a amarlos a todos!” “¡Y llegarás a amarlos a todos!”
El Rey sintió una magnificencia en la confianza de la gente. No tenía juicio. ¡Estaba impresionado!
Ya no pensaba “¡qué tontos!” No había perdido sus capacidades discriminatorias. Todavía podía pensar y decidir. Pero ahora parecía que la gente sostenía sus Certezas como a bebés recién nacidos - con tanta ternura - y que sus Certezas encendían sus corazones... Y lágrimas grandes, redondas, desconocidas rodaron por sus mejillas ocultas, encapuchadas, reales.
Ahora parecía que sostenían sus Certezas con ternura - y, al mismo tiempo - como espadas encendidas - ferozmente, protectoramente......
“¡Así era yo!”, murmuró, mientras lágrimas y mocos brotaban de sus ojos y nariz, compasivamente.
“Acuné La Imposibilidad de la Certeza como si fuera mi hijo y heredero real - luchando contra todos los pretendientes al trono - y tenía tanto miedo de la Incertidumbre, que convertí la Incertidumbre en Certeza”, confesó.
Y el Rey de Mente miró con amor, con aceptación, a la persona que una vez había sido - igual que ahora miraba a todo el mundo.
Y aunque el Rey de Mente siempre sería el Rey de Mente, y jamás tonto, y siempre alerta a la deshonestidad intelectual, y consciente de las Consecuencias Conflictivas de las Certezas - ¡su corazón intelectualmente-indefenso se abrió!
Como grandes Puertas de Palacio oxidadas sin abrir durante años - durante siglos, incluso, tal vez - las puertas del corazón del Rey de Mente se abrieron dolorosa y alegremente - con amor.
¡La gente era maravillosa, resplandeciente, asombrosa! Quizá eran un poco tontos, quizá el miedo les tenía cogidos por las pelotas (o los ovarios), ¡pero eran TAN HUMANOS! ¡Cada uno tan único, todos tan iguales!
Y así fue como - con las Puertas del Palacio de su Corazón abiertas de par en par - el Rey de Mente siguió vagando - día tras día, noche tras noche - mendigando comida, durmiendo en graneros - más allá del juicio - abrumado por la maravilla única e irrepetible de CADA persona - amándose a sí mismo, amándonos a todos.
VI
Hasta que... en el último día de sus andanzas – el día antes del día en que había decidido que volvería a su trono, a sus consejeros bien-intencionados, y a los Ángeles y Enanos que jugaban en los Jardines de Palacio - el Rey de Mente reconfigurado se topó con dos Caballeros con Armadura, con las espadas desenvainadas - a punto de batirse en duelo.
“Mantén la distancia, mendigo - porque los filos de nuestras espadas atraviesan la carne como si fuera manteca de jabalí” dijeron los nobles al Rey irreconocible.
Pero en ese momento - algunos dicen con Certeza que por una significativa sincronía, otros con Certeza que por una coincidencia sin sentido, otros con Certeza que por voluntad divina, otros con Certeza que por karma, otros con Certeza que por suerte - la luz del sol del mediodía rebotó cegadoramente en las armaduras de los Caballeros en duelo - creando un halo perfectamente circular alrededor de la cabeza del mendigo.
Ambos Caballeros se arrodillaron y bajaron la cabeza - en la postura de un juramento caballeresco. “¡Perdónenos, oh Santo!” suplicaron - estábamos tan absortos en nuestro duelo que se nos escapó la obviedad de su santidad.
Al Rey de Mente no le importó que lo confundieran con un Santo. No se lo creyó, ni por un momento. “¿Por qué están a punto de batirse en duelo?” les preguntó.
Pero cuando empezaron a hablar, el Rey de Mente se dio cuenta de que, en el pasado, en una situación perecida, su intención (en su estado de ánimo más generoso) hubiera sido cortar sus Certezas con el Cuchillo de la Imposibilidad de la Certeza, sentarlos a la Mesa del Banquete de la Humildad - y dejar que se dieran un festín con el más delicioso Jabalí Asado de la Amistad más allá de las Certezas...
Pero cuando empezaron a hablar el Rey de Mente se dio cuenta de que había dejado aquel Cuchillo de Trocear en el laberinto de arbustos de los Jardines de Palacio, con la Pequeña Niña Enana - su Ángel de la Honestidad - y que ahora no tenía intención ninguna.
El Rey de Mente no tenía intención ninguna. Pero tenía asombro. Y tenía amor.
"¡Os perdono, os perdono!" dijo el Rey Mendigo encapuchado, aureolado. Y sin intención previa de decir lo que luego dijo - dijo "ahora envainen sus espadas, y saquen su cerveza. Quiero entenderlo todo. Explíquenme en su totalidad sus diferencias irreconciliables, dignas-de-duelo".
Y así, los dos Nobles Caballeros, cuyas semejanzas superaban con creces sus diferencias - como las de todos - hablaron y bebieron – relatando al Santo Rey Mendigo historias de infidelidades ancestrales, de pactos y traiciones, y de dignidades perdidas y reencontradas - hasta que, como sucede a veces en los cuentos de hadas - miraron a su alrededor y descubrieron que habían sido inexplicablemente transportados, e inexplicablemente sentados, a la Mesa de Banquetes del Rey de Mente - ¡donde se reían, se daban palmadas en la espalda, y se daban un festín con su mejor jabalí asado!
*
Mark Josephs,
"Mark el Activista Místico",
Aragón, España,
Verano 2024.
Este artículo viene de la (muy expandida) tercera edición de "Amor & Revolución"
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